Real Matrix

THE MATRIX, Carrie-Anne Moss, Keanu Reeves, 1999. (c) Warner Bros./ Courtesy: Everett Collection.
THE MATRIX, Carrie-Anne Moss, Keanu Reeves, 1999. (c) Warner Bros./ Courtesy: Everett Collection.

            Mal haría el Barça en creer la mitad de lo que se dirá o escribirá estos días sobre su rival del sábado, un tal Real Madrid. Los de blanco, que según las crónicas fueron un equipo inofensivo, blando y sin identidad, son especialistas en hacernos creer que ya están muertos y a la que te giras un segundo, para descorchar el champán, han ganado otra Copa de Europa. Que se lo pregunten a Jupp Heynckes, ese señor que acostumbra a triunfar después de haber firmado el finiquito; o al Atlético de Madrid, sin ir más lejos, que ya estaba echando a suertes los turnos de intervención en un karaoke de Lisboa cuando empató Sergio Ramos y terminó preguntando por María, la Portuguesa.

            El Madrid que hoy apellidan inofensivo obligó a Claudio Bravo a realizar no menos de cuatro paradas antológicas, lo que no es moco de pavo. Además de eso, Marcelo estampó un balón contra el lateral de la red con Benzema agazapado en el punto de penalti, más solo que en una celda francesa sin wi-fi, y el propio Karim se bloqueó en medio de una duda razonable en el área pequeña, antes del segundo gol del Barça, incapaz de decidir con qué pierna chutar un balón franco que se le postró indefenso a los pies tras un mal despeje de Mathieu.

            El Madrid blando pateó todo lo que se movió sobre el campo pese a las críticas recibidas a posteriori desde el frente analista de los machos, a ritmo de guitarrones y trompetas. En un exceso de celo, Danilo llegó a golpear con saña la tibia de un Modric que, asustado, estuvo a punto de solicitar el cambio y regresar a Barcelona con sus nuevos compañeros. Los huesos de Alves, Alba, Busquets, Suárez, Rakitic y Neymar se llevaron sendos saludos y buenos deseos a casa, la mayoría con el sello personal de un Sergio Ramos que salió peinado para afrontar una reyerta de bandas y no quiso quedarse con la sensación de que había tirado el dinero. Cristiano Ronaldo se decantó por los codos, en cambio, y hasta Isco se llevó la ovación de la noche por descerrajar una patada prosaica a Neymar, algo que ya había intentado Carvajal minutos antes sin lograr el beneplácito del colegiado ni la unanimidad de la grada.

            El Madrid sin identidad tuvo arranques de orgullo, tal y como se estipula en su ADN con letras mayúsculas y también algunas minúsculas, casi de anuncio de telefonía. No muchos, es cierto, pero los tuvo. Para empezar, quiso jugarle al Barça de tú a tú, lo que es todo un atrevimiento, y quizás por eso se olvidó de que al equipo de Luis Enrique hay que tratarlo siempre de usted, en especial cuando Iniesta se levanta y golpea la taza con la cucharilla del café reclamando la pelota y la palabra. También impidió que tanto Messi como Piqué lograsen el gol, lo que no me pareció un mal botín desde la distancia, tal y como se les presentó la marea: algo es algo, que no es lo mismo que nada.

            Y es que por mucho que nos cueste reconocer sus virtudes, más vale no lanzar todas las campanas al vuelo, si acaso solo las justas, pues el Madrid siempre ha sido como Keanu Reeves en Matrix, capaz de levantarse del suelo incluso después de descargarle un saco entero de balas en el pecho a un metro de distancia y certificar su muerte palpando la yugular con dos dedos. Basta con que una morena cualquiera -aquí la llamaremos mocita – le diga al oído que ella sigue creyendo, que se ponga en pie y camine. Además, la última vez que vi a un equipo creyéndose campeón en Noviembre terminó embestido por un tren con tres vagones en primavera: Liga, Copa y Champions. Se llamaba Real Madrid, precisamente, y uno nunca será un buen barcelonista si a todo lo que aspira en esta vida es a parecerse al máximo rival… O sí, quién sabe. Por si acaso, mejor seguir tratándolo como a Neo y no como al indefenso y vulgar Señor Anderson, por más que nuestro equipo nos parezca una auténtica máquina.

 

Perdidos

que-no-mots-estelat-llati_ARAIMA20150117_0022_16

Miren ustedes a su alrededor y verán que todos tenemos cerca alguna persona un tanto desorientada, confusa, tan perdida y vulnerable como el mismísimo e ilustre Presidente de la Junta de Extremadura, el señor Guillermo Fernández Vara. Baso esta afirmación tan ligera y pronunciada desde la distancia en la confesión realizada por Don Guillermo a mi estimado Jorge Bustos, un madridista de raza y plenamente consciente de su blanca condición desde rapaz, en la que el político extremeño aseguró que por primera vez en su vida estaba decidido a renunciar al placer de ver un partido del equipo de sus amores, el Barça, muy disgustado por el asunto de las esteladas en el Camp Nou. ¡Ah, los amores de los presidentes extremeños! Darían para un libro, supongo.

Su confesión me recordó a un tío mío que se enganchó a la heroína en los ochenta sin apenas darse cuenta, como quien dice con los ojos cerrados. Cada día, él y un amigo del pueblo con las mismas inquietudes personales se pasaban a tomar algo por un local clandestino conocido como El Tele, apenas una vieja bodega de casa antigua equipada con un equipo estéreo, un video Beta, dos bombillas rojas, ramitas de incienso humeando por todas partes, una barra de ladrillo desnudo y algunas banquetas de madera, la mayoría cojas y destartaladas. En cierta ocasión en que por razones que no vienen al caso se presentó solo a desentenderse del mundo, un desconocido habitual se le acercó para proponer la compra a medias de una micra de heroína, lo cual escandalizó tanto a mi querido tío que amenazó con reventarle la cabeza allí mismo ante semejante oferta y atrevimiento. Desconcertado, el muchacho se disculpó aduciendo que creía haberlo visto varias veces pillando y consumiendo en compañía del amigo ausente aunque, bien mirado, podría estar confundido, claro. Mi tío respondió sin pestañear: “¡Pero nosotros nos metemos caballo, animal, no heroína!”.

A Fernández Vara nadie le ha explicado qué es el Barça, qué representa, de dónde viene y hacia dónde va, si lo dejan. Ni siquiera el mismísimo ex presidente Sandro Rosell, quién se desplazó a Extremadura nada más ganar las elecciones de 2010 para pedirle perdón por las excentricidades de su antecesor, Joan Laporta, tuvo la bondad. Fernández Vara ha leído poco a Montalbán, nunca se ha fijado en las fotografías de archivo y apenas se ha interesado por la historia del club que tanto dice amar, o de lo contrario no se atrevería con tales afirmaciones salvo que esté haciendo justamente lo contrario de lo que una vez solicitó públicamente: apartar al Barça de la política y tratar de buscar réditos electorales en otra parte. Como no tengo alma de historiador me ahorraré las explicaciones sobre la naturaleza del club pero si me permito aconsejar a Don Guillermo, y a otros muchos culés de la península que dicen sentirse ofendidos por la bandera de la estrella, a que se sumerjan en la apasionante historia de este club más allá de los editoriales de Mundo Deportivo, las zapatillas y pijamas del Sport o los cromos de Panini. Y si pese a todo lo que puedan descubrir siguen decididos a mantener su discurso, entonces bien harían en aplicar la filosofía de aquel amigo de Fernando González, mi admirado y celeste Gonzo, el cual aseguraba odiar el alcohol como pocas cosas en la vida y cuando se emborrachaba con los compañeros de clase, en la universidad, acompañaba cada trago con un sincero y apropiado “¡Joder, qué asco más rico!”.

Fotografía publicada por http://www.ara.cat