Bodas y otros chistes.

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Viendo el espectáculo garabateado este fin de semana por Gerard Piqué y algunos otros supuestos deportistas de élite, entre ellos Feliciano López, me acordaba yo de la boda de un buen amigo mío, hace dos o tres años, y de sus lágrimas rabiosas mientras volaban las sillas y las hostias antes del ceremonial corte de la tarta. No está del todo claro cómo se inició la ya famosa reyerta nupcial pero sí probado que uno de los instigadores fue un primo segundo de su madre, un habitual de las parrandas más violentas y desestructuradas del pueblo, de esas que comienzan un martes por la tarde en el Otilio y terminan en cualquier hospital o comisaría dependiendo de si llueve o no, a mediados de la semana siguiente.

-¿Pero para qué lo invitas, alma cándida, si ya sabes cómo es?, recuerdo que le pregunté con un tono quizás demasiado severo para el regalo que había entregado.

Dijo su madre que ya no bebía, que se lo tenía prohibido el médico, me contestó totalmente perplejo, con toda la sinceridad y buena fe disponibles en tan desalentadores momentos.

Se quejan muchos aficionados, entre ellos Feliciano López, del carácter provocador de Gerard Piqué y sus constantes salidas de tono, como esperando a que el central se caiga de un caballo o de un escenario musical, como San Pablo o Yosi, el de Los Suaves, en cualquier momento, y se levante reformado y dando gracias a dios, al Real Madrid y a España por cada día de su nueva y decorosa vida. Se quejan muchos otros con diferentes bufandas enroscadas en el cerebro- no resulta muy difícil distinguirlos si uno se fija un poco en los detalles- de que los chistecitos del central catalán sean tan mal digeridos y posteriormente vomitados por sus principales destinatarios, viudas y demás familia. Es el cuento de nunca acabar y un despropósito general que daría muy buenos guiones y mejores películas de seguir vivo mi tocayo Azcona y aquel otro señor de Valencia, no recuerdo cómo se llamaba.

No seré yo el que niegue que me resultan muy entretenidos, incluso diría que estimulantes, este tipo de lances y barullos ajenos. A día de hoy, por ejemplo, mantengo la misma opinión acerca de la famosa pelea en la boda de mi amigo, aunque sé que tanto a él como a su ex mujer les parece desagradable que me pronuncie sobre el asunto con tanta sinceridad y en estos términos pero fue divertida e inolvidable; yo no sé qué más le puede pedir a un mero trámite. Y es que en la vida, si algo he aprendido sobre ella y me gusta pensar que sí, aunque me equivoque, debemos afrontar momentos duros y trances inevitables por más filosofía, ciencia matemática y buen talante que apliquemos, pero hay otros muchos que simplemente nos los buscamos sin más, la mayoría por no atender a los antecedentes y obviar las señales luminosas que nos advierten del peligro. Le sucedió a mi amigo y le sucede a todos los que todavía dan alguna importancia a lo que diga Gerard Piqué, entre ellos Feliciano López, quien parece que también en twitter se ha quedado estancado en aceptable cañonero con cierta tendencia a subir a la red sin pensar demasiado en las consecuencias: ojalá me invite a su segunda boda.

 

Foto publicada en tercerequipo.com

 

Real Matrix

THE MATRIX, Carrie-Anne Moss, Keanu Reeves, 1999. (c) Warner Bros./ Courtesy: Everett Collection.
THE MATRIX, Carrie-Anne Moss, Keanu Reeves, 1999. (c) Warner Bros./ Courtesy: Everett Collection.

            Mal haría el Barça en creer la mitad de lo que se dirá o escribirá estos días sobre su rival del sábado, un tal Real Madrid. Los de blanco, que según las crónicas fueron un equipo inofensivo, blando y sin identidad, son especialistas en hacernos creer que ya están muertos y a la que te giras un segundo, para descorchar el champán, han ganado otra Copa de Europa. Que se lo pregunten a Jupp Heynckes, ese señor que acostumbra a triunfar después de haber firmado el finiquito; o al Atlético de Madrid, sin ir más lejos, que ya estaba echando a suertes los turnos de intervención en un karaoke de Lisboa cuando empató Sergio Ramos y terminó preguntando por María, la Portuguesa.

            El Madrid que hoy apellidan inofensivo obligó a Claudio Bravo a realizar no menos de cuatro paradas antológicas, lo que no es moco de pavo. Además de eso, Marcelo estampó un balón contra el lateral de la red con Benzema agazapado en el punto de penalti, más solo que en una celda francesa sin wi-fi, y el propio Karim se bloqueó en medio de una duda razonable en el área pequeña, antes del segundo gol del Barça, incapaz de decidir con qué pierna chutar un balón franco que se le postró indefenso a los pies tras un mal despeje de Mathieu.

            El Madrid blando pateó todo lo que se movió sobre el campo pese a las críticas recibidas a posteriori desde el frente analista de los machos, a ritmo de guitarrones y trompetas. En un exceso de celo, Danilo llegó a golpear con saña la tibia de un Modric que, asustado, estuvo a punto de solicitar el cambio y regresar a Barcelona con sus nuevos compañeros. Los huesos de Alves, Alba, Busquets, Suárez, Rakitic y Neymar se llevaron sendos saludos y buenos deseos a casa, la mayoría con el sello personal de un Sergio Ramos que salió peinado para afrontar una reyerta de bandas y no quiso quedarse con la sensación de que había tirado el dinero. Cristiano Ronaldo se decantó por los codos, en cambio, y hasta Isco se llevó la ovación de la noche por descerrajar una patada prosaica a Neymar, algo que ya había intentado Carvajal minutos antes sin lograr el beneplácito del colegiado ni la unanimidad de la grada.

            El Madrid sin identidad tuvo arranques de orgullo, tal y como se estipula en su ADN con letras mayúsculas y también algunas minúsculas, casi de anuncio de telefonía. No muchos, es cierto, pero los tuvo. Para empezar, quiso jugarle al Barça de tú a tú, lo que es todo un atrevimiento, y quizás por eso se olvidó de que al equipo de Luis Enrique hay que tratarlo siempre de usted, en especial cuando Iniesta se levanta y golpea la taza con la cucharilla del café reclamando la pelota y la palabra. También impidió que tanto Messi como Piqué lograsen el gol, lo que no me pareció un mal botín desde la distancia, tal y como se les presentó la marea: algo es algo, que no es lo mismo que nada.

            Y es que por mucho que nos cueste reconocer sus virtudes, más vale no lanzar todas las campanas al vuelo, si acaso solo las justas, pues el Madrid siempre ha sido como Keanu Reeves en Matrix, capaz de levantarse del suelo incluso después de descargarle un saco entero de balas en el pecho a un metro de distancia y certificar su muerte palpando la yugular con dos dedos. Basta con que una morena cualquiera -aquí la llamaremos mocita – le diga al oído que ella sigue creyendo, que se ponga en pie y camine. Además, la última vez que vi a un equipo creyéndose campeón en Noviembre terminó embestido por un tren con tres vagones en primavera: Liga, Copa y Champions. Se llamaba Real Madrid, precisamente, y uno nunca será un buen barcelonista si a todo lo que aspira en esta vida es a parecerse al máximo rival… O sí, quién sabe. Por si acaso, mejor seguir tratándolo como a Neo y no como al indefenso y vulgar Señor Anderson, por más que nuestro equipo nos parezca una auténtica máquina.

 

Perdidos

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Miren ustedes a su alrededor y verán que todos tenemos cerca alguna persona un tanto desorientada, confusa, tan perdida y vulnerable como el mismísimo e ilustre Presidente de la Junta de Extremadura, el señor Guillermo Fernández Vara. Baso esta afirmación tan ligera y pronunciada desde la distancia en la confesión realizada por Don Guillermo a mi estimado Jorge Bustos, un madridista de raza y plenamente consciente de su blanca condición desde rapaz, en la que el político extremeño aseguró que por primera vez en su vida estaba decidido a renunciar al placer de ver un partido del equipo de sus amores, el Barça, muy disgustado por el asunto de las esteladas en el Camp Nou. ¡Ah, los amores de los presidentes extremeños! Darían para un libro, supongo.

Su confesión me recordó a un tío mío que se enganchó a la heroína en los ochenta sin apenas darse cuenta, como quien dice con los ojos cerrados. Cada día, él y un amigo del pueblo con las mismas inquietudes personales se pasaban a tomar algo por un local clandestino conocido como El Tele, apenas una vieja bodega de casa antigua equipada con un equipo estéreo, un video Beta, dos bombillas rojas, ramitas de incienso humeando por todas partes, una barra de ladrillo desnudo y algunas banquetas de madera, la mayoría cojas y destartaladas. En cierta ocasión en que por razones que no vienen al caso se presentó solo a desentenderse del mundo, un desconocido habitual se le acercó para proponer la compra a medias de una micra de heroína, lo cual escandalizó tanto a mi querido tío que amenazó con reventarle la cabeza allí mismo ante semejante oferta y atrevimiento. Desconcertado, el muchacho se disculpó aduciendo que creía haberlo visto varias veces pillando y consumiendo en compañía del amigo ausente aunque, bien mirado, podría estar confundido, claro. Mi tío respondió sin pestañear: “¡Pero nosotros nos metemos caballo, animal, no heroína!”.

A Fernández Vara nadie le ha explicado qué es el Barça, qué representa, de dónde viene y hacia dónde va, si lo dejan. Ni siquiera el mismísimo ex presidente Sandro Rosell, quién se desplazó a Extremadura nada más ganar las elecciones de 2010 para pedirle perdón por las excentricidades de su antecesor, Joan Laporta, tuvo la bondad. Fernández Vara ha leído poco a Montalbán, nunca se ha fijado en las fotografías de archivo y apenas se ha interesado por la historia del club que tanto dice amar, o de lo contrario no se atrevería con tales afirmaciones salvo que esté haciendo justamente lo contrario de lo que una vez solicitó públicamente: apartar al Barça de la política y tratar de buscar réditos electorales en otra parte. Como no tengo alma de historiador me ahorraré las explicaciones sobre la naturaleza del club pero si me permito aconsejar a Don Guillermo, y a otros muchos culés de la península que dicen sentirse ofendidos por la bandera de la estrella, a que se sumerjan en la apasionante historia de este club más allá de los editoriales de Mundo Deportivo, las zapatillas y pijamas del Sport o los cromos de Panini. Y si pese a todo lo que puedan descubrir siguen decididos a mantener su discurso, entonces bien harían en aplicar la filosofía de aquel amigo de Fernando González, mi admirado y celeste Gonzo, el cual aseguraba odiar el alcohol como pocas cosas en la vida y cuando se emborrachaba con los compañeros de clase, en la universidad, acompañaba cada trago con un sincero y apropiado “¡Joder, qué asco más rico!”.

Fotografía publicada por http://www.ara.cat

O noso Rabudo.

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Un día, no sé exactamente cuándo, entró Nacho Mirás en casa por la pantalla del ordenador y ahí se quedó el tipo, sospecho que para siempre pues, ni él parece tener ganas de irse ni yo tengo ninguna de que se vaya. Cuando hablo de casa me refiero a la mía, claro; la suya sí que notará los cambios y la ausencia forzada por un tumor cerebral al que él mismo bautizó con el nombre de Casiano. «Él no quería«, que diría Pepe Domingo Castaño, pero el puto Casiano no le ha dejado más opción que poner rumbo al bar de Alvite, que estará llorando a estas horas, o enfurruñado, por tener que salir a recibirlo.

Cualquiera que no haya conocido en persona a Nacho Mirás, «¡por delante y por detrás!«, como gustaba recordarnos a menudo, puede darle estatus de compadre a base de rebozarse en los cientos de columnas que nos deja en herencia como un tesoro de abuelo, uno de esos que nunca se tiene muy claro dónde lo tenemos guardado pero que, el día que aparece, nos fuerza la sonrisa aunque toque ir al dentista, al oncólogo o a misa. Para cualquiera que no guarde lazos familiares con él, y no solo me refiero a los de sangre, es sencillo afrontar su temprana muerte pues a golpe de click se lo encuentra uno donde siempre, con la misma sonrisa franca y su prosa radioactiva, que dijo una vez el Riquiño.

Mi hermano Barros, Dieguiño, era su alumno, o al menos no presume de otra cosa, el muy cabrón. Para ser más precisos y no faltar a la verdad les cuento que ahora también presume de mellizos, pues ha sido padre hace poco tiempo, aunque tampoco descarten ustedes que sea de gemelos: mi cabeza sana vale la mitad que la de Mirás soportando la cacerolada de Casiano y las abrasiones de la ciencia para tratar de curarlo; no hay por dónde cogerla. Diego sí va a notar la marcha de su mentor pues lo suyo no era cosa de click y enlaces, lo suyo eran lazos de esos que se dicen estrechos, aunque lo único estrecho que se le intuía a Mirás desde la distancia era el bolsillo, como al noventa por ciento de la profesión.

Se va de su casa pero se queda en la de todos un periodista rabudo, un escritor de sete estralos, un gaiteiro y un percusionista, un motero, un padre, un marido y hasta un buen yerno… «Aprende de tu hijo«, le decía su suegra en los días en que la cordinación ya no lo acompañaba y le costaba hasta rebañar los yogures con la cuchara. A mí se me queda cierta pena por ser uno de los que solo podremos presumir de conservarlo intacto en el lugar de siempre, en la pantalla del ordenador, y también por saber que nunca podremos leer lo que Nacho Mirás Fole querría escribir sobre la muerte de Nacho Mirás Fole. Descanse en paz, Rabudo: O noso Rabudo.

Fotografía publicada por elrincondegalicia.com

Justo y honroso campeón

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Después de ciento cuarenta seis minutos más los descuentos, el Barça seguía perdiendo por cuatro a uno su quinta final de la temporada, esta vez frente al Athletic de Bilbao, justo y honroso campeón de la Supercopa de España. Así lo reconoció Luis Enrique en sala de prensa, alejándose del enfermizo victimismo del que hizo gala su secretario técnico, alguno de sus jugadores, la parte contratante de la prensa bizca habitual y un alto tanto por ciento de la afición, al menos la de ámbito tuitero: los mismos que suelen revolverse indignados cuando alguien osa poner en duda alguno de sus logros pero que, a la postre, se muestran incapaces de predicar con el ejemplo a la primera de cambio.

Cualquier esperanza de remontada, si es que la hubo, se la llevó a cuestas Piqué camino del vestuario, expulsado por acordarse de muy malas maneras de la madre de un juez de línea. Hace solo unos días que sus compañeros nombraron a Mascherano cuarto capitán del equipo y ayer pudimos comprobar, otra vez, el porqué. Y es que sabiendo quién era el árbitro del encuentro, y los antecedentes personales que arrastran, poco o nada debería costar al central catalán contener su verborrea despectiva y demostrar un poco más de profesionalidad, inteligencia y compañerismo. Prefirió dejar a su equipo con diez con treinta y cuatro minutos por delante para jugarse el título a una o dos cartas.

Poco o muy poco había demostrado el Barça hasta entonces, muy alejado de aquel vendaval que borró del campo al mismo rival en la final de Copa y que ayer apenas inquietó lo justo a un Athletic de Bilbao que debió salir ovacionado de un Camp Nou lleno de turistas, peñistas con entradas regaladas y un buen puñado de socios que cada día se sienten más extraños en su propia casa. El planteamiento impecable de Valverde, el desparpajo de una nueva camada de jóvenes leones, y la entrega de viejos roqueros como Aduritz y Gurpegui terminaron por llevarse un trofeo para Bilbao que llenó de alegría las ciudades de media España, en una explosión de sentimiento rojiblanco, blanco, y también rojo comunista, intuyo que inspirados por The Work Class Hero, Sergio Ramos.

Se quedó Luis Enrique sin completar el Gran Slam, algo que resulta tan complicado que nadie lo ha conseguido salvo un señor al que enseguida salieron unos cuantos voceros a recordarle que él no ha sido capaz de ganar una triste Supercopa en Alemania, como si no fuese él tan culé como el que más y ayer se alegrara de la derrota del club que se lo ha dado todo y al que ha devuelto hasta el último gramo de la gloria entregada con creces. El año pasado, por cierto, y antes de enfrentarse al Porto, comenzó la charla en el vestuario del Bayern con la siguiente advertencia: “Nunca os he hablado sobre los árbitros pero mañana nos pita Velasco Carballo”. Se le pasó ese detalle al más listo de la clase, precisamente: Gerard Piqué.

 

Foto publicada por deportesrcn.com

Amigos, esto no es una guerra.

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Con el espantoso marcador de la ida en la retina, después de una reprimenda hostil que terminó con el todo el equipo fregado (y bien fregado) a base de embestidas y goles por doquier, se presenta el partido de esta noche como una batalla casi perdida: una empinada cuesta que escalar con bicicleta de hierro y plato grande, una especie de funesto trámite con muerte final, previa y pomposamente anunciada. Alejado, por fortuna, del optimismo imperante en Barcelona y alrededores, se me viene a la cabeza aquella sentencia de Fred Summers, uno de tantos personajes de Dos Passos que tumbado en una cama atendía a las discusiones de sus compañeros, antes de partir hacia Europa para la Gran Guerra: “Amigos, esto no es una guerra… Es una jodida casa de putas”.

Haciendo un esfuerzo se me ocurre pensar que, por qué no… Tampoco sería la primera vez que este equipo se levanta, se rearma y golpea con la mano de dios abierta, que es Messi encarando y poniendo de rodillas a defensas enteras solicitando piedad. Con un Iniesta al mando de las operaciones, con Sergi Busquets bien plantado en el ángulo ciego del campo de batalla, y con Suárez rematando cuanto se mueva dentro del área se puede soñar. Un equipo que salte al campo convencido de lo que es y de lo que puede ser si no se enreda en variantes tácticas de ejército menor: emboscadas, guerras de guerrillas y demás apuros y atajos. Entonces podría salir el sol y repetiríamos la frase de Summers, ya en Fontainebleau y después de disfrutar de un recibimiento por todo lo alto lleno de coñac, humo de tabaco y poilus franceses cantando la Madelón: “Muchachos, esto no es una guerra. Es una jodida casa de locos”.

Ah, si Messi se lo propusiera… Si Messi se lo propusiera las aguas se convertirían en vino y lo que parece un adiós sería el mejor comienzo en busca del gran final. Tampoco cuesta tanto imaginar al diez sacando la lengua al destino escrito y devolviendo la sonrisa a una grada que amanece triste y sin apenas esperanza desde el viernes pasado. No resulta imposible que su marea desborde cualquier dique bilbaíno, reviente las cerraduras mejor armadas e Iraizoz se levante perico del suelo, como antaño, tras entrar confiado y sereno por las puertas del Camp Nou, sintiéndose todo un león. Sería entonces el momento de levantar el quinto trofeo del año, sacar a Messi en procesión por las Ramblas y recordar una vez más al bueno de Summers después de cenar magníficamente en una noche tranquila, en un pueblo de casas rosas y blancas con cépes de ajo y un fuerte vino tinto: ”Amigos, esto no es una guerra, esto es una jodida gira turística de la agencia Cook”.

Foto publicada por marca.com

Cena y orgía en San Mamés

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Gran entrenador Valverde, de los pocos a los que entregas un ventilador y te fabrican una planeadora, te organizan un desembarco entre bateas y todavía saca tiempo para sentarse en un sofá incómodo a echar un cigarrito con cara de satisfecho Dragó. El verano pasado sonó para entrenar al Barça del Tridente que, finalmente, optó por Luis Enrique y terminó ganando los tres campeonatos en juego: Liga, Copa y Liga de Campeones. No vengo aquí a decir que fuera una casualidad, sobre todo después de la vergonzante derrota de ayer, aunque quién quiera entender tal cosa lo hará de todas formas. El ventajismo que otorga analizar en función de los resultados se lo dejo a los expertos en la materia, que otra cosa no tendremos en este país pero, ilustradores de la derrota, nos sobran.

No fue el de ayer el primer partido en el que el Barça pierde el control del juego y se queda a merced de la marea. Sin ir más lejos sucedió el martes pasado en Tblisi, donde con las bodegas llenas de bacalao y platijas, la tripulación se aculó en la popa del velero a verlas venir y a punto estuvo de arruinarse la campaña de no ser por la aparición milagrosa del eterno grumete, Pedrito. Algo similar sucedió también en Berlín, donde tras una primera media hora sublime, el equipo cedió la iniciativa del juego a la Juventus, permitió que el campo se ensanchara hasta el infinito y alentó la reacción de un equipo al que hubiese aplastado solo con mantenerse firme en las propias convicciones de juntarse, achicar el campo sobre el área rival, y cuidar del balón como solo este equipo sabe hacerlo. La victoria final logró que se olvidase el apuro sufrido durante gran parte del segundo tiempo y así nos cogió el verano: encantados de habernos conocido, con la casa llena de copas y la pizarra plagada de supuestos.

Se dijo que por fin el Barça era un equipo con variantes tácticas, rico, jugoso en el despliegue, con alternativas de juego más allá de la tiranía impuesta a través del control de la pelota. Se aseguró que con Neymar, Suárez y Messi resultaba una gran idea ceder la pelota al contrario y esperar agazapados hasta cazar una contra diabólica que descabezara al contrario para cortar de raíz cualquier ilusión de victoria ajena. Se dijeron muchas cosas, demasiadas para mi gusto, que suele ser la mejor manera de no decir nada o, incluso peor, de terminar por decir alguna o varias tonterías mayúsculas. No me parece que el problema en San Mamés fuese el regalo inicial de Ter Stegen, el rendimiento de los centrales, los bisoños productos de la Masía ni tampoco el cansancio acumulado en la madrugada de Georgia. Más bien me parece que el error estuvo en el planteamiento inicial, en la renuncia a imponerse mediante lo que hace grande y único a este equipo que es, sin duda, la capacidad unos cuantos centrocampistas para convertir a sus defensas en muros infranqueables y a sus delanteros en amenazas constantes. Sin el sostén de los hombres del medio, el Barça del Tridente se queda desnudo fuera de las portadas y no es de extrañar que, en tal tesitura, suceda lo que sucedió ayer en manos de un estratega como Valverde y una hambrienta manada de leones: o te comen o te follan. Decidan ustedes el término que más les convenza.

Fotografía publicada en Goal.com

Fútbol de verano

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De unos años para acá, mi madre tiende a culpar de cualquier pequeña variación en su entorno habitual al cambio climático. Si se le secan los geranios, culpa al calentamiento global de tamaña hecatombe. Si los tomates no saben a nada, aunque los haya comprado de los más baratos, es por culpa de la desestacionalización y los nuevos tiempos de maduración que no hay hueso sensibilizado que los entienda. Si mi padre ronca más de lo habitual, pues roncar siempre ha roncado el pobre hombre, sobre todo cuando se fumaba tres cajetillas y media de Winston diarias, es por causa del agujero en la capa de ozono, tanto desodorante y tanto congelador. Si a mi madre le gustase el fútbol, que no le gusta en absoluto y por eso se hizo hincha del Real Madrid, andaría estos días indignada con esta suerte moderna de torneos de verano que se han sacado de la manga cuatro oligarcas sin sentimientos, como diría Errejón, y que enfrenta a los mejores equipos de la vieja Europa más algunos combinados locales en los lugares más remotos del planeta: lo mismo en China, que en los Estados Unidos de América, Japón, Emiratos Árabes o Australia.

De acuerdo que la mayoría de los torneos veraniegos a la antigua usanza eran un tanto planos, incluso desequilibrados en su composición, pero tenían su encanto. El cortejo al espectador comenzaba con el anuncio de los equipos participantes, que por lo general llegaban de Sudamérica y de este modo tan calculadamente aleatorio, uno podía comprobar con sus propios ojos que, efectivamente, existía el Botafogo. También el Colo Colo, el Olimpia de Asunción o el Millonarios de Bogotá, que era mi favorito. Se reencontraba uno con los jugadores de bigotes trabajados, casi trujillistas; las medias dobladas por los tobillos, los pantaloncitos cortos y la patada justa como virtud y ley de vida. Muchos de aquellos futbolistas no soportarían un scouting serio y prolongado, como exige el fútbol profesionalizado de hoy pero, a un partido, a lo sumo dos, cualquiera estaba dispuesto a creerse una milonga y así se perpetraban los mayores fracasos de la historia en el mercado de fichajes. No era barato, lo reconozco, pero era legal, divertido y si me apuran, aconsejable.

Yo terminaría de una vez con este circo mediático que no puede llevar a nada bueno en un futuro no muy lejano. Repondría aquellas pretemporadas en Holanda, Austria o la hermosa Cabeza de Manzaneda, a donde los niños de Ourense peregrinaban vestidos con colores chillones y dispuestos a enamorarse de los ídolos futbolísticos de su padre o algún vecino de referencia. ¿Qué puede haber más revelador para un niño que ver escupir en directo a un defensa barbudo o sacarse una foto con un centrocampista alemán venido a menos? Los niños de hoy ven jugar a Douglas noventa minutos contra un equipo de Hollywood y se atreven a sacar conclusiones positivas, envalentonados por quedarse a ver la tele hasta las cuatro de la madrugada. Sus abuelos ya no los llevan a los bares para que presuman de haber descubierto a un delantero chileno, justamente lo que necesitaba su equipo para ganar la próxima Liga de Campeones, y las madres se llenan de razón respecto al daño que se le está causando al planeta con tanta globalización y tanto partido muerto. Menos mal que ya llega el invierno, por fin, sepultado también el otoño por los partidos de selecciones nacionales: el otro drama intolerable del fútbol moderno.

 

Foto de Romerito publicada por albirroja.com

Animaliño…

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Cuentan algunos perfiles y biografías bien documentadas que el ministro Fernández Díaz sufrió una revelación y abrazó la fe sin reservas tras caerse de un caballo en Las Vegas, durante un viaje a los EE.UU organizado por el Departamento de Estado norteamericano; como San Agustín pero con gorro de cowboy y espuelas de plata, es un suponer. Recuerda su caso al del mítico Gustau Biosca, aquel capitán moreno y esbelto del Barça de las Cinco Copas que enamoró a la mismísima Lola Flores y que, en su época como entrenador del Pontevedra C.F, al menos eso cuenta la leyenda de la Boa Vila, terminó una noche de parranda arrodillado bajo la lluvia fina de la Zona Vella, renegando de los placeres de la carne y la buena mesa para emprender, como el ministro, el camino de la redención y la santidad a través del trabajo.

A Fernández Díaz, indignado por la adhesión de otro mito del barcelonismo a cierta lista electoral que al parecer no comparte, declaró ayer muy pancho y con esa cara suya de obispo aniquilador y bonachón que utiliza para las grandes sentencias, (ya sea sobre inmigrantes-gotera, homosexuales que no garantizan la pervivencia de la especie, o el aborto terrorista y pro-etarra), que no es de recibo entrenar al Bayern de Munich e involucrarse en la política, y acusó al noi de Santpedor de vivir entregado al «Dios dinero» que para los despistados, ya lo aclaro yo, no es el mismo que exige el pago del diezmo a sus fieles más devotos, no.

Curioso personaje el ministro Fernández, sin duda. Buen cliente del restaurante La Camarga, al parecer, y a quién sus adversarios políticos, en aquellos días de luchas internas en el seno del PP catalán, conocían las intenciones a base de sobornar a una pitonisa que visitaba con cierta frecuencia, al menos antes del incidente redentor del caballo, en el estado de Nevada. Como Delegado de Trabajo en Barcelona demostró su inquebrantable apoyo a la familia tradicional española y, en el mismo edificio de la Vía Laietana, colocó a uno de sus hermanos, a dos hermanas, tres cuñadas e incluso a la propia esposa, en una demostración que bien pudo haber hecho llorar, emocionado, al mismísimo niño Jesús aunque este extremo no ha sido posible confirmarlo.

Hijo de militar ascendido por el Caudillo, nacido durante la Semana Santa de 1950 en Valladolid, devoto de la Virgen de Fátima, de la Pilarica y de las aguas medicinales del valle de Alhama, el ministro Fernández va camino de convertirse en uno de los grandes referentes de las hemerotecas nacionales e ídolo máximo de las redes sociales donde, cada poco tiempo, uno puede echar la mañana bromeando sobre sus excesos y defectos, tantos que bien podría @jack concederle un hashtag permanente y honorífico, e incluso otorgarle la titularidad de la cuenta @diostuitero. Hablando de dioses y de dinero, no me quiero olvidar de un último y curioso detalle: su madre vive en una residencia de Fitero que en su día acogió a Gustavo Adolfo Becquer, como diría mi admirado Iosu de la Torre: “el poeta de los billetes de cien pesetas”. Animaliño…

 

Foto publicada por espiaenelcongreso.com

Un Barça de cristal.

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Que Josep María Bartomeu acapararía el apoyo de unos veinticinco mil socios entraba dentro de cualquier cálculo razonable, también el suyo, al parecer. Quizás fuese uno de los principales motivos que lo llevaron a plantear unas elecciones a la presidencia del Barça en día laborable, a mediados de Julio y alejadas de la caja de sorpresas que podría representar la afluencia masiva de los socios a las urnas en un día cualquiera de partido en el Estadi, como aconsejan los mismos estatutos que su propia Junta Directiva se encargó de modificar, no hace tanto tiempo. No es más que una suposición pero es mi suposición: la misma que llevo manteniendo desde que el propio Bartomeu expresó su intención de adelantar los comicios, allá por el mes de Enero.

Defendía yo entonces que tan solo la undécima Copa de Europa del Real Madrid podía tumbar las expectativas triunfales del entonces presidente no electo, apenas mal heredado el cargo tras la espantada sin explicaciones de Sandro Rosell, y los acontecimientos parecen haberse empeñado en darme la razón, por una vez en la vida. Conocer el Barça y su famoso entorno al dedillo es algo que cualquiera puede lograr sin mucho esfuerzo; no hay gran mérito en ello. Salvo quiénes viven en alguna isla afortunada y lejana, aquellos que prefieren dar la espalda a la realidad y ondear la bandera, recrearse en juegos de palabras lustrosas que nunca dicen nada, o mantenerse al abrigo de la comodidad laboral que comporta ensalzar al líder de turno, es muy sencillo entender por qué ‘veintitantos’ mil socios han decidido entregar su voto a Bartomeu pese a la imputación judicial del club, la de su antecesor en el cargo y la suya propia: siempre son los mismos ‘veintitantos‘ mil desde 1978, lo dice la historia.

Cuenta García Márquez, en su escalofriante ‘Noticia de un secuestro’, como Francisco Santos Calderón comenzó a aficionarse a las telenovelas durante su largo confinamiento a manos de la organización criminal de Pablo Escobar, en aquellos días negros de la Colombia más oscura y violenta. Entre otros horrores, el secuestro de un grupo de notables fue utilizado por los ‘Extraditables’ en un intento último y desesperado de forzar al gobierno de César Gaviria a ceñirse a sus voluntades. No importaba tanto si el culebrón era bueno o malo, le enseñó a valorar uno de sus carceleros a ‘Pacho’ Santos, por entonces redactor jefe del diario El Tiempo: “El secreto es no preocuparse mucho por el episodio de hoy sino aprender a imaginarse las sorpresas del episodio de mañana”.

La elección democrática de Josep María Bartomeu, (ahora sí), nos ahoga en certezas a quiénes sospechamos que el Barça dejó de ser algo más que un club hace ya mucho tiempo. No es difícil anticipar que pronto volveremos a darnos de bruces con aquel club acomplejado y menor que se encontraron Laporta y el propio Bartomeu en su primer desembarco, allá por el año 2003. Un Barça que pataleaba cuando la hacienda pública descubría sus trampas de mal pagador; que se revolvía contra Madrid y las instituciones para justificar las derrotas deportivas; que se apoyaba en la prensa amiga para amparar cualquier decisión de los ‘mandamases’, aún a costa de escupir sobre la figura de las grandes leyendas del club. Un Barça, en definitiva, al que había que apoyar sin reservas ni demasiadas preguntas bajo amenazas de tez morena, bien capaces de atravesar el Estadi para ajustar cuentas al disidente.

Que nadie se extrañe si, en el próximo episodio de esta centenaria telenovela, nos encontramos con que Luis Alfredo le ha puesto los cuernos a Abidal, se desentiende del embarazo de Guardiola o envenena los caramelos de Cruyff; en este Barça rancio de culebrón todo es posible. Por suerte, al menos de momento, todavía mantenemos a Leo Messi dentro del espeluznante elenco, a quién apetece cantarle aquello de «mi vida eres tú y nadie más que tú», por si acaso. Ojalá no se nos rompa el ‘Cristal’ y otra vez triunfe el amor… Aunque parezca, ya, un ‘Amor obsoleto’.