Airbag

Que Josep María Bartomeu acapararía el apoyo de unos veinticinco mil socios entraba dentro de cualquier cálculo razonable, también el suyo, al parecer. Quizás fuese uno de los principales motivos que lo llevaron a plantear unas elecciones a la presidencia del Barça en día laborable, a mediados de Julio y alejadas de la caja de sorpresas que podría representar la afluencia masiva de los socios a las urnas en un día cualquiera de partido en el Estadi, como aconsejan los mismos estatutos que su propia Junta Directiva se encargó de modificar, no hace tanto tiempo. No es más que una suposición pero es mi suposición: la misma que llevo manteniendo desde que el propio Bartomeu expresó su intención de adelantar los comicios, allá por el mes de Enero.

Defendía yo entonces que tan solo la undécima Copa de Europa del Real Madrid podía tumbar las expectativas triunfales del entonces presidente no electo, apenas mal heredado el cargo tras la espantada sin explicaciones de Sandro Rosell, y los acontecimientos parecen haberse empeñado en darme la razón, por una vez en la vida. Conocer el Barça y su famoso entorno al dedillo es algo que cualquiera puede lograr sin mucho esfuerzo; no hay gran mérito en ello. Salvo quiénes viven en alguna isla afortunada y lejana, aquellos que prefieren dar la espalda a la realidad y ondear la bandera, recrearse en juegos de palabras lustrosas que nunca dicen nada, o mantenerse al abrigo de la comodidad laboral que comporta ensalzar al líder de turno, es muy sencillo entender por qué ‘veintitantos’ mil socios han decidido entregar su voto a Bartomeu pese a la imputación judicial del club, la de su antecesor en el cargo y la suya propia: siempre son los mismos ‘veintitantos‘ mil desde 1978, lo dice la historia.

Cuenta García Márquez, en su escalofriante ‘Noticia de un secuestro’, como Francisco Santos Calderón comenzó a aficionarse a las telenovelas durante su largo confinamiento a manos de la organización criminal de Pablo Escobar, en aquellos días negros de la Colombia más oscura y violenta. Entre otros horrores, el secuestro de un grupo de notables fue utilizado por los ‘Extraditables’ en un intento último y desesperado de forzar al gobierno de César Gaviria a ceñirse a sus voluntades. No importaba tanto si el culebrón era bueno o malo, le enseñó a valorar uno de sus carceleros a ‘Pacho’ Santos, por entonces redactor jefe del diario El Tiempo: “El secreto es no preocuparse mucho por el episodio de hoy sino aprender a imaginarse las sorpresas del episodio de mañana”.

La elección democrática de Josep María Bartomeu, (ahora sí), nos ahoga en certezas a quiénes sospechamos que el Barça dejó de ser algo más que un club hace ya mucho tiempo. No es difícil anticipar que pronto volveremos a darnos de bruces con aquel club acomplejado y menor que se encontraron Laporta y el propio Bartomeu en su primer desembarco, allá por el año 2003. Un Barça que pataleaba cuando la hacienda pública descubría sus trampas de mal pagador; que se revolvía contra Madrid y las instituciones para justificar las derrotas deportivas; que se apoyaba en la prensa amiga para amparar cualquier decisión de los ‘mandamases’, aún a costa de escupir sobre la figura de las grandes leyendas del club. Un Barça, en definitiva, al que había que apoyar sin reservas ni demasiadas preguntas bajo amenazas de tez morena, bien capaces de atravesar el Estadi para ajustar cuentas al disidente.

Que nadie se extrañe si, en el próximo episodio de esta centenaria telenovela, nos encontramos con que Luis Alfredo le ha puesto los cuernos a Abidal, se desentiende del embarazo de Guardiola o envenena los caramelos de Cruyff; en este Barça rancio de culebrón todo es posible. Por suerte, al menos de momento, todavía mantenemos a Leo Messi dentro del espeluznante elenco, a quién apetece cantarle aquello de «mi vida eres tú y nadie más que tú», por si acaso. Ojalá no se nos rompa el ‘Cristal’ y otra vez triunfe el amor… Aunque parezca, ya, un ‘Amor obsoleto’.

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