¿El gran Casillas?

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Sostiene mi estimado J.Ernesto Ayala-Dip que si un futbolista como Iker Casillas “sale de su club como sale, por esa puerta pequeña que está justo al lado de la puerta de atrás, es porque en la sociedad que vivimos algo no funciona”. Por el simple placer de utilizar más palabras suyas, que para eso está uno en fase de aprendizaje, todavía, y dedicadas en su momento a otro compañero de cabecera y profesión a cuenta de un artículo sobre los límites del humor, se me antoja responder a semejante sentencia del periodista y crítico argentino con que, cuando menos, es una “fina observación”.

En realidad estoy bastante de acuerdo con el argumento central de la acusación de Don J. Ernesto, no vayan ustedes a pensar, solo que diferimos en los tempos de la denuncia y en los motivos para materializarla. Efectivamente, a mí también se me ocurrió pensar que algo no funcionaba, en esta sociedad nuestra, el día que un influyente periodista lanzó, a los cuatro vientos, una acusación grosera e interesada contra varios de los componentes de la Selección Española, (la parte azulgrana y contratante de la primera parte, si se me permite el arabesco), a los que se implicó en una fea trama de dopaje sistemático y fraude deportivo al más alto nivel, ni más ni menos.

Fue entonces cuando un servidor, gallego, idealista y sin remedio, imaginó que el capitán de todos e inmaculado Iker Casillas, tardaría apenas unos segundos en coger su teléfono móvil de última generación, rebuscar en los contactos el número de algún buen amigo periodista y salir al paso de semejante calumnia sin escatimar en palabras, pese a cierta fama de ‘supertacañón’ que acarrea. Me pareció obvio y aconsejable, no me pregunten por qué, en especial atendiendo a la legendaria amistad y cariño que se le presumía hacia gran parte de los vejados, pero no sucedió tal cosa, no. Tampoco al día siguiente hubo reacción del ciudadano ejemplar, el gran Iker Casillas… Ni al mes siguiente. Ni al año siguiente. Apenas 200.000 € resultaron suficientes para que la directiva del club catalán, la misma que se auto define como #BoPerAlBarça, en plena campaña electoral,  diese por liquidado el asunto y restituido el buen nombre de sus mariscales de campo, mucho tiempo después. Pero de la aconsejable y esperada defensa de Casillas a sus colegas, nunca más se supo. De alertas sobre derivas sociales y falta de valores, tampoco; al menos yo no las recuerdo.

Casillas es un gran portero, sin duda alguna, o al menos lo fue; cada uno tendrá su opinión al respecto, en un país con varios millones de entrenadores. Al contrario que Ayala Dip, sin embargo, yo no creo que Iker haya inventado nada, ni tampoco destrozado teoría alguna sobre la función del arquero, mucho menos las de Don Alfredo Di Stéfano. Y de ninguna manera me parece que se trate del primer portero en parar un penalti, ni dos, ni tres. Tampoco el único que ha salvado un mano a mano decisivo en el partido más indicado, ni tan siquiera el primero en abortar un gol cantado con la propia cara, hermosa la suya como la de un querubín: eso ya lo hacía Bruce Harper en un capítulo de ‘Campeones’ y no por ello dejaban sus compañeros de fregarlo y cantarle las cuarenta.

De gratitud podríamos hablar largo y tendido pero tampoco es cuestión de aburrir al lector. Solo pondré tres ejemplos, a vuela pluma, para explicar mi escepticismo ante la sentencia del maestro Ayala-Dip: Victor Valdés, Xavi Hernández y Pep Guardiola. Del primero no se acordó nadie hasta que levantó su tercera Liga de Campeones, decisivo en todas ellas, y se marchó por la puerta de atrás del Barça y del fútbol español: ni siquiera por esa pequeña a la que alude mi estimado en su artículo. El mejor futbolista español de la historia, a su vez, se descubrió el día de su despedida compartiendo idéntico espacio en las portadas de la prensa deportiva que una cubitera de promoción y un pijama de diseño espantoso, y su última entrevista ha desaparecido de las redes por arte de magia e ingeniería informática, pues parece que no interesa lo que el mito tenga que precisar sobre los méritos reales de la última Triple Corona conseguida. De Guardiola… Qué decir de Guardiola. Revolucionó el fútbol español y mundial, entregó una plantilla completa de virtuosos bien aleccionados al servicio de la selección de un país y, como gran y póstumo homenaje, se descubre cada día exiliado en Alemania, enredado en constantes polémicas de papel y obligado a leer que tan gloriosa etapa vivida por el fútbol español fue obra y milagro de un santo portero que, para más inri, ni siquiera sabe jugar el balón de madera decente con los pies. Ahí tiene la verdadera demostración de lo que usted y yo defendemos, querido Ernesto: que tanto este país como el suyo, donde fusilan a Leo Messi cada pocos meses, con alevosía y premeditación, se han ido al carajo hace mucho, mucho tiempo… Que la fuerza nos acompañe.

Fotografía publicada por vozpopuli.com

El puto Jabois

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Lo mejor que tiene Manuel Jabois, además del pelo abundante y lustroso, es esa capacidad suya para transportarnos a momentos pasados -a veces incluso a futuros-, y rebozarnos en ellos como si fuésemos croquetas antes de freír nuestros sentidos en el aceite caliente de sus párrafos al punto. A mí, sin ir más lejos, me sacó de la inmundicia de las bodegas oscuras y las barras de bar con apenas sentarse a comer una caldeirada de rape, en Casa Otilio, a la que sacó tantas fotografías y mojó tanto pan que mi abuela estuvo a punto de salir de la cocina y repetir aquello tan suyo de “alguna enfermera se equivocó de criatura: tú no eres de esta familia, desgraciado”,  antes de adoptarlo a él como nieto, sin más preguntas, y previo paso a poner todo el capital familiar a su nombre en tan reñido testamento.

Puto Jabois… Unos meses después, en su casa de Madrid y con Juán Tallón como testigo de excepción, le pregunté que le parecían los primeros pasos de mi recién estrenado blog, a lo que él contesto: ¿Pero tú también escribes? No hay historias para tanto escritor, Cabeleira; vete a tu casa. En realidad me dejó dormir en su sofá, con una farola de la calle amargándome la noche frente a una ventana sin persianas, parpadeante, y por la mañana me desperté con las ojeras encendidas, el ánimo bajo y cubierto con una manta marrón con el logo de Casa Román: la competencia directa y más feroz de mi pequeño imperio hostelero en las Rías Baixas. Por un momento me sentí el protagonista de una nueva secuela de ‘Scarface’ y ante mis ojos vi pasar un camión de la basura con un letrero luminoso en la cabina que decía “El mundo es tuyo”, certificando mi muerte como escritor antes de haber comenzado, siquiera, a distinguir un pronombre de un adverbio… Y en esas seguimos todavía, no sé crean; qué les voy a contar.

Hace unas semanas, atrevido de mí, le envié un adelanto del libro que estoy intentando escribir, si es que se le puede llamar libro, que yo empiezo a sospechar que no pero tampoco he venido aquí a tirar piedras contra mi propio tejado, faltaría más. “Parece escrito por alguien que pretende ser escritor pero que no llega”, me dijo en un mensaje de whatsapp que ya me hubiese gustado plagiar y firmar. Para suavizar un poco el sopapo, añadió que la historia se dejaba leer y que eso era lo realmente importante, lo que me convenció de dos cosas: que ya me tiene un cierto afecto, digamos algo de cariño, y que debería enterrar el dichoso manuscrito bajo mil piedras y volver a empezar de cero, si no pedir plaza en algún atunero de bandera de conveniencia y marcharme a Senegal, a buscar mejor fortuna.

Leyendo ‘Pavés’, su último artículo para el País, volví a recordar por qué me metí yo en esta vaina de poner garabatos negros sobre un papel en blanco y atreverme a firmar con mi nombre, aunque sea falso: yo siempre quise ser como Jabois, en el fondo, solo que no lo conocía y nadie me avisó de los riesgos. Ojalá no sea demasiado tarde para que la abuela Saladina cambie de parecer y, al menos, siga teniendo un bar al que volver cuando termine esta aventura que, por lo que a mí respecta, comienza a parecerse demasiado a la cara de Gianni Bugno cada vez que intentaba poner contra las cuerdas a Miguelón y terminaba doblando la cabeza, el espinazo y respirando por los ojos. Me queda el consuelo, supongo, de que en medio del gran pelotón ciclistas parecemos todos, y tampoco es que me siente tan mal el maillot y el culote de Gatorade. “Escritor sin obra, maldito y eterna promesa: eres el under perfecto, Cabeleira», me dijo en otra ocasión..Y tú el amigo ideal, querido Manu, pero empieza a ahorrarte algunas verdades incómodas, chuliño; hazme el favor.

Fotografía de Miguel Selas para «El Progreso».

Dios los coja confesados

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No hay un solo defecto o tara que Leo Messi no sea capaz de desenmascarar en dos brochazos de ingenio, también fuera de los terrenos de juego. Lo hemos visto una y mil veces tronzar cinturas que se anunciaban inquebrantables, atornillar defensas al césped sin aparente esfuerzo, lo mismo sobre hierba natural que sobre césped artificial; sembrar el caos entre las más disciplinadas retaguardias, inocular el pánico en las cabezas mejor amuebladas del planeta Fútbol e incluso derrumbar montañas de piedra caliza y manoplas prodigiosas a los ojos de los vivos, que al paso tranco de su estela malvada nos parecieron pequeños castillos de arena y arquitectura infantil, rendidos a sus pies sin necesidad de fuerte oleaje ni de grandes vientos.

Otras mil veces, quizás algunas más, nos enseñó el rosarino a desnudar opiniones sin mayor fundamento que la inquina personal y el mal gusto, el retro-madridismo más exacerbado de un buen puñado de analistas, supuestamente objetivos y neutrales, o el patriotismo de tatuaje, bandera y grandes voces por las calles, sin duda el más cínico y aparente de todos, también el menos creíble. Tantas veces ha dejado al descubierto Lionel los finos hilos de verdad que sostenían los argumentos de sus críticos que ya no resulta extraño toparse con estos viejos dinosaurios de la opinión encaramados a sus columnas de papel y tomándose cumplida revancha ante cualquier tropezón del pequeño gran genio de nuestros tiempos.

Messi y Guardiola, por poner dos únicos ejemplos, representan como nadie la esencia del fútbol moderno y evolucionado, el fútbol del siglo XXI, organizado en torno al cuero y capaz de desordenar al rival a base de mover el esférico con precisión y velocidad endiablada, apoyos en corto, múltiples líneas de pase abiertas en cada envite y el asedio constante e innegociable de los dominios rivales, como pequeñas olas que van golpeando la costa una tras otra hasta cubrirla de sal, espuma y sangre ajena. Es el mismo fútbol que parecen incapaces de comprender aquellos que han anclado sus exitosas carreras a tres principios fundamentales de la literatura deportiva y que cualquiera puede intentar en su casa, ni siquiera lo llamaré análisis: la suerte, el físico y los santos cojones.

Messi cagón, se podía leer en una prestigiosa cabecera de la prensa nacional al día siguiente de la derrota de Argentina en la Copa América. Un torneo que parece recuperado de un pasado lejano, casi ancestral, y en el que los artistas son mirados con desprecio, sospechosos habituales ante el desastre, y donde los soldados más esforzados y rabiosos cosechan medallas, galones y elogios que jamás soñaron para sí ni tan siquiera sus familiares más cercanos, padres y madres de bestias iracundas y escasamente dotadas para el encanto, el virtuosismo y la seducción. Acostumbrados a redactar las causas en función del resultado, especialistas del cambio de tercio y párrafos ya escritos si la pelota se cuela en alguno de los marcos, superado el minuto noventa de partido, se aferran estos admirables escribas a su propia credibilidad incapaces de ver un poco más allá de los enormes marcadores luminosos que, hoy día, campean ya en la mayoría de los estadios y que conforman su única concesión a la modernidad y el nuevo fútbol.

No se extrañen si en los próximos días se reabre el debate sobre el verdadero valor del fútbol de Messi. No se asusten si, otra vez, vuelven a ver su nombre comparado con el de otros futbolistas de talla menor y camisetas menos ofensivas que la azulgrana lucida por el 10 desde su alumbramiento en la oscura y tenebrosa Masía de R’lyeh: la tierra del dios Cthulhu y del noi de Santpedor. No se ofendan ni se hagan cruces si regresan la mofa y el insulto fácil dedicados a quién tantas veces se encargó de palidecer la piel y el gesto del analista de turno hasta confundirlo, sin remisión, con el blanco de la camiseta oculta bajo las chaquetas y corbatas de plató de televisión. Ya no se trata de fútbol ni de periodismo, sino de asegurarse el plato de comida que nunca ha faltado en sus mesas, redondas y opulentas como aquellas en las que el Rey Arturo reunía a sus fieles caballeros para contarse batallitas, los unos a los otros, y presumir ante las damas de la corte de haber matado con sus propias manos al temible dragón. Dan ganas de compararlos con Sant Jordi pero como no pretendo faltar al respeto debido a tan leales caballeros y castellanos viejos de lanza en astillero, los llamaré simplemente ‘sanjorges’. Que dios, o sea el propio Messi, los coja confesados cuando la muerte los lleve y se percaten de su terrible e imperdonable error, Ovrebo mediante.

¿Quién le pone el cascabel al crítico?

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He ahí la cuestión, queridos contribuyentes. En un país donde se puede criticar prácticamente de todo y a cualquier hora, casi como deporte nacional, sigue habiendo gremios con los que es mejor no atreverse por lo que pueda pasar, y uno de ellos es el de los propios críticos profesionales, ya sean gastronómicos, artísticos, esotéricos o de televisión. Criticar a un crítico se considera ya, en no menos de nueve autonomías de esta tal España, un insulto al conjunto de la sociedad y poco menos que una vejación a los símbolos nacionales y constitucionales, sentados alguno de los ellos a la derecha del Padre y la izquierda de la corona, el escudo y la bandera de la nación.

El crítico, que por lo general es muy cuco y se expresa con muy buenas palabras, aunque solo sea para calzar una hostia concreta al primero que pase frente a su balcón, no encaja bien que los comunes hagan con él lo que acostumbra él a pergeñar con los comunes, y por ahí me parece a mí que se nos está escapando media democracia, a tontas y a locas, y también buena parte de la casta santidad que siempre se ha presumido a este país, más allá de los Pirineos. La fe, que como ustedes ya sabrán mueve montañas, también mueve otras muchas veces editoriales, portadas, columnas de opinión y, efectivamente, son ustedes hábiles lectores, veladas críticas de carácter profesional y muy bien pagadas. Son, en su mayoría, miradas sin afecto y desprovistas de emoción a la casa del vecino, nunca a la propia, quizás alertados los propios criticadores por los graves problemas de convivencia que sufrió Homer Simpson en aquel famoso capítulo de la serie de televisión.

A Mónica Planas, la crítica televisiva de Mundo Deportivo, hay que admitirle su conocimiento del oficio y de la situación, su ingenio y su buena pluma; quizás por eso está ella donde está y nosotros, incluido un servidor, no estamos en ningún sitio, algunas veces incluso desplazados en nuestras propias casas antes pagadas con nuestros ahorros y mantenidas ahora con nuestros impuestos. Como reza la canción, «así es la vida, no la he inventado yo». Dice Mónica que la entrevista que sufrió Joan Laporta a pies de los caballos de 8TV, cadena en la que también la propia crítica ejerce como tal en otras franjas horarias, se puede comparar, sin sonrojarse uno, a la que afrontó Josep María Bartomeu días antes, en el mismo canal. “Ambos debían ser preguntados con firmeza. Es la obligación de los periodistas”, asegura Planas en su columna del jueves, y ante esto no puede uno hacer otra cosa que ponerse en pie y aplaudir, especialmente aquellos lectores que no se molestaron en seguir ninguna de las dos ‘interviús’. En caso contrario, la frase pierde bastante fuerza, al menos en mi opinión, y podríamos casi asegurar que no se ajusta demasiado a la realidad.

Uno de los periodistas encargados de escrutar a los candidatos, Joan María Pou, no tardó ni un par de horas en reconocer en su cuenta de twitter que no había sido, la de Laporta, una buena entrevista. Le honra el gesto, qué duda cabe, especialmente en una sociedad poco acostumbrada a reconocer los errores y practicar el “y tú más”, el “y tú también” o el “y me cago yo en tu puta madre”; así somos. ¿Quién le pone el cascabel al crítico? Preguntaba al comienzo… Ya les aseguró que no seré yo. Que el cielo me libre de esas cargas y responsabilidades que además, sospecho, deben exigir cierto nivel de estudios y conocimientos de los que carezco a todas luces, e incluso a oscuras. Pero sí que me gustaría dejar colgada del cuello del minino una frase que me dijo una vez un amigo, mucho más formado que yo: “Gente curiosa esta, estimado Cabeleira: primero te ponen a parir en sus columnas y luego te envían sus libros por correo, amablemente dedicados”.

 

Imagen publicada en vayacine.com

Joder, qué tropa.

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Resulta tan dantesco el panorama que se nos presenta ante el nuevo proceso electoral en Can Barça que, un servidor, asustado y un poco avergonzado, para qué negarlo, está a punto de abandonarse definitivamente a la canción ligera, la novela rosa, el cine de barrio y también, por qué no, a las nuevas drogas de diseño y punta en blanco que inundan los mercados, plazas, esquinas y algunos despachos de los principales medios de comunicación encargados de cubrir el desconcertante evento.

De la indigencia intelectual de unos cuantos periodistas ‘estrella’, de esos que presumen de títulos universitarios expedidos por facultades de enorme prestigio y algún que otro máster,  me percaté hace pocos días, (nunca he sido muy espabilado), apenas cuando uno de ellos tachó de “hijo de puta interesado” a un socio y abonado del club que acostumbra a publicar sus opiniones en una conocida red social. El ilustre periodista, de quién evitaré dar el nombre por compartir apellido con un padre honrado que, sospecho, no tiene culpa en la demencia trepadora de su hijo, también es aficionado a compartir los insultos de otros usuarios de la red hacia el soci en cuestión, como si necesitase de un coro de ecos anónimos para reafirmar un papel de observador neutral que, desde la distancia, apesta a pura inmundicia y se parece mucho al hambre, o a las ganas de comer.

Más allá de insultos y descalificaciones de profesionales de la información a ciertos socios, el otro foco infeccioso de peste  y enfermedades varias se sitúa en las propias declaraciones de los candidatos inmersos en campaña, a los que cuesta creer una sola palabra de lo que nos cuentan si uno no ha vivido recluido en un iglú durante los últimos veinte años, mucho más allá de cualquier polo conocido. Tenemos amantes de la cantera que suspiran por fichar a Pogba, un central de talla mundial y algún que otro cromo caro y pintón; tenemos candidatos imputados por graves delitos aludiendo a su buena gestión como garante de futuro, entre aplausos de grandes hombres de negocios y ancianos con gafas de sol; e incluso tenemos, también, a candidatos asegurando que la paz social no se logrará si ellos no resultan elegidos, alabados sean, como si la dichosa pax marcase goles o fuese más importante que la exigencia y vigilancia permanente del socio contratante sobre sus designios directivos.

Para rematar el cuadro, impagable a todas luces, y que deja a El Bosco como un verdadero mindundi sin mucho tiempo para el detalle y cierta inocencia estructural de base, a la caravana electoral de los horrores se ha sumado el otra vez Presidente de Extremadura, el señor Guillermo Fernández Vara, quién sentado en su despacho oficial de maderas nobles y con la bufanda blaugrana al cuello, se quejaba amargamente en un diario nacional de lo duro y tortuoso que resulta amar al Barça fuera de Catalunya. Amar, amar, lo que se dice amar,  siempre ha sido complicado cuando uno ostenta el cargo de presidente en esa bendita comunidad, eso bien lo sabe su antecesor, el Señor Monago. Por eso recomiendo yo dos cosas a Don Guillermo, si es que tiene a bien atenderme un momento: Puede hacerse simpatizante del Real Madrid y llenar su tierra de autopistas y carteles de ACS, o bien puede cantar conmigo aquello de «todo el campo es un clamor. Somos la gente azul y grana, estupefacta, que no sabe a dónde ha ido a parar el dinero de los cursos de formación»… o algo por estilo. Como diría el famoso poeta gallego: «¡Joder, qué tropa!».

El Jabalí y la cuestión

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Como esperaban unos cuantos y temían otros tantos, Joan Laporta irrumpió esta semana en la parrilla de salida de una nueva carrera electoral en pos de la silla central de la Llotja del Camp Nou: el asiento reservado al presidente electo de la entidad salvo defecto, fuga u omisión del titular de la plaza. Se presentó Laporta ante los socios con un vídeo de poco más de un minuto de duración en el que, más que dibujar un proyecto definido, descargó cuatro o cinco pinceladas nostálgicas que a buen seguro sirvieron para renovar las esperanzas de sus leales y despertar la inquietud entre rivales y algún que otro enemigo; a fin de cuentas, nunca fue gratuito aquel apodo suyo que popularizó Santi Giménez hace ya unos cuantos años: El Jabalí.

Laporta asusta, sí. Asusta a quienes han dispuesto del club a su antojo durante décadas. Asusta a los que se dedicaron toda su vida a ejercer de contrapeso violento con la crítica y, asusta, ya de paso, a cualquiera de los incontables socios de la entidad que todavía se persignan cuando van a la playa con su señora y se topan de frente con alguna muchacha de senos hermosos y desnudos, leyendo a Martí i Pol o a Quim Monzó. Laporta, asusta, digo, y por eso a las veinticuatro horas de anunciar su intención de presentarse a las elecciones, las redes y los principales medios de comunicación deportiva ya hervían en columnas de opinión, disertaciones vagas y comentarios de todo tipo acerca de lo peligroso e inadecuado que resultaría su regreso al castillo de popa de la nave azulgrana.

No es un santo Joan Laporta, tampoco nos vamos a engañar. Todavía somos unos cuantos los que nos quedamos con la cara colorada cuando lo escuchamos reconocer ante un juez el haber cobrado un buen dinero por asesorar al gobierno uzbeko a través de su despacho de abogados, aunque tampoco perdemos de vista que a nadie escandalizó el pecunio recibido por Messi, Cristiano Ronaldo, Iniesta o el propio club en medio de tanto trato, brindis e hijas del dictador, lo que me lleva pensar que más que el pecado se juzgaba al pecador: nada nuevo bajo el sol.  Tampoco su asesoramiento en la compra-venta del Real Mallorca dejó buen sabor de boca entre algunos de sus fieles pero estarán conmigo en que cualquiera de sus máculas están lejos de lo que tantas veces se nos advirtió en mil portadas y programas de radio y televisión: Joan Laporta era, nos aseguraron prestigiosos comunicadores, un verdadero y peligroso delincuente.

Ni una sola sentencia condenatoria ha venido a dar la razón a los alarmistas -por no llamarlos mentirosos, directamente- e incluso durante la acción de responsabilidad civil que los nuevos dirigentes interpusieron contra él y su junta, con la colaboración inestimable y barata (bocadillo y refresco a elegir) de un puñado de socios compromisarios, nos enteramos por boca del juez de que su gestión económica arrojaba un saldo positivo de 11 millones de euros pese a cargar con la mochila de Gaspart, la depreciación de una plantilla que no valía nada, en realidad, y alguna que otra multa millonaria heredada del siglo pasado como aquella de los derechos de imagen que rondaba los 50 millones de euros, si no estoy muy borracho o igual de equivocado.

Ser o parecer, gustar o no gustar… Es el debate y no es el debate. A uno puede gustarle o no Laporta, Bartoméu o incluso el hijo de Núñez Clemente, si lo prefiere: resulta indiferente para el caso. La cuestión, el quid de la cuestión, está en ser conscientes de que la colonia, el calzado, el peinado o el color de la señora que acompañe habitualmente al candidato no tiene porqué gustarnos: las exigencias hay que centrarlas en la gestión y si acaso en uno mismo pues, a veces, escama el mal olor y resulta que procede del propio sobaco.

Con el club imputado en varios delitos fiscales por la gestión caótica de la junta actual y de un presidente electo a la fuga; con las gradas del Estadi y los viajes del equipo plagados de hinchas violentos y bien reconocibles, pese a las advertencias constantes de los cuerpos policiales; y con una Masía arrasada desde la base en la que famosos de la tele son los nuevos ejemplos a seguir para los chavales que sueñan ser Messi, Busquets o Risto Mejide, me parece a mí que atenerse a los gustos y preferencias estéticas de cada cual tiene muy poco de responsable y bastante de cinismo, postureo vecinal o interés personal mal o bien entendido; habría que revisar caso por caso para encontrar las verdaderas motivaciones.

Dice Lluís Bassat, antiguo aspirante a la poltrona, que bien harían los candidatos en abandonar la carrera por la presidencia y propiciar la continuidad del presidente no electo, Josep María Bartoméu, a quién el ajado publicista responsabiliza directamente de los éxitos deportivos de la entidad en el último año. Para su desgracia, por lo que tiene de retrato y bofetón, en entrevista casi proscrita quiso aclarar Xavi Hernández que los méritos de los presidentes son otros bien distintos, y en el caso de la junta actual no le parecen a él achacables ni siquiera los supuestos logros sociales, donde el eterno seis ha puesto el acento para todos aquellos que quieran echar un pequeño vistazo. Claro que, como dice un buen amigo mío, muy a menudo, «¿Xavi Hernández quién es?». Ese es el auténtico drama y la verdadera cuestión, no la corbata del Jabalí.

 

 

 

 

El run run

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Desde la distancia, y sin mayor interés que el de un caminante curioso que ve el humo y corre a admirar el fuego, la salida de Casillas se parece mucho al típico caso de chico conoce chica, madre de chica pone grito en el cielo por rumor de portal, y chico cae en desgracia definitiva y se va de copas con los amigotes o, en su defecto, para casa de sus padres; lo hemos visto miles de veces. Aseguran quienes afirman conocer muy bien a la pareja y su caso, que el romance de Iker con la grada se enfrió el día que Mourinho le puso la cruz- quiero suponer que sobre el pecho, en la frente no se aprecia nada, al menos- y Florentino Pérez consintió como un emperador romano desganado pero incapaz de negar un solo capricho a su poeta favorito, el luso de las cantigas de amor, amigo, escarnio y maldecir. Esto es lo que se cuenta, al menos, en los más populares mentideros de la capital y provincias convergentes, aquellos donde uno llama a sagrado y evita que se le imparta disciplina desde cualquier instancia superior, para disgusto de Emilio Butragueño.

Personalmente, yo soy de los que opinan que no es buen negocio meterse en las cosas de pareja, mucho menos en casa ajena y donde uno se sabe extranjero desde el momento en que descubre que, a Francu, lo llaman Franco y al que nosotros creíamos el Santo, funcionario. Es su club, es su idiosincrasia y son sus razones, no las nuestras, las que deberían centrar el debate sobre la marcha o no del mito que, esto sí lo voy a afirmar, a mí me ha parecido siempre y desde la distancia, insisto, un señor con incontables dobleces y aristas de aspecto dañino bajo su apariencia de chico guapo, católico y campechano. Hoy clama el barcelonismo, por ejemplo, contra el maltrato al que se está sometiendo a Casillas pero no hace tanto que se echaba las manos a la cabeza- el cuello del portero nunca estuvo a mano cuando se lo necesitó- cada vez que Iker menospreciaba los triunfos del Barça, se quejaba de los favores arbitrales al eterno rival o callaba frente a las acusaciones veladas de dopaje hacia sus compañeros de Selección, entre ellos su amigo Xavi Hernández a quién, algún día, alguien debería preguntar por aquel silencio que asemejó tan cómplice como la actitud del periodista que dio vuelo al rumor de mantel y Larios-cola en las ondas.

La imagen pública de Casillas siempre ha superado con creces sus verdaderas cualidades, al menos eso creo yo. En este país dónde la información rebota en las altas cimas pirenaicas y además no sabe nadar, ni tiene dinero para cruzar el Estrecho en barco, se nos decía que Casillas era el mejor portero del mundo ya cuando el resto del planeta dudaba todavía de si era un chico nuevo del filial o Bodo Illgner rejuvenecido, ungido en bótox, lanolina y aceites perfumados. A mí, por ejemplo, me gusta todavía imaginar a Víctor Valdés cada vez que sonaba aquella catequesis infame y repetitiva, persignándose sin fe y entrenando cada día más fuerte, si cabe, para limar cualquier posible defecto y demostrar a los aficionados cuán injustas eran tantas loas al vecino mientras a él lo calaba, cada tarde, el run run de una grada que terminaría por aupar al poder municipal de la ciudad a Ada Colau, con el paso de los años; ahora ya se sabe.

Se irá Casillas del Madrid o no se irá, la verdad es que ni lo sé ni me importa en exceso, no les voy a mentir; hoy no. Lo que no me parece bien ni lógico es que el barcelonismo aproveche la circunstancia para pintar el caso como una nueva demostración de que el Madrid es la ETA, Al Qaeda, el Estado Islámico, J.R en Dallas y los peces gordos de la Púnica todo en uno, a veces grande y libre, incluso, según afirman los más atrevidos. Sin darse cuenta, el aficionado culé sigue con su deriva imparable hacia el madridismo antiguo, aquel entre el cual me crié yo y que obligaba a preguntarse qué tendría aquel pequeño Fútbol Club Barcelona que tanto atraía la atención de los aficionados blancos, por encima incluso de todos los triunfos cosechados por su club, las seis copas de Europa y las piernas hermosas de la Saeta anunciando medias de señora. Recuerdo una frase que todos ustedes habrán escuchado mil veces: Qué vergüenza ver cómo se os marchan las figuras. ¡Siempre por la puerta de atrás! Si es usted un culé de los muchos que estos días se están recreando en ella, no se olvide de dejar la dichosa puerta entreabierta, por si acaso: el run run, como las modas, siempre vuelve.

¡Siempre a mí! ¡Siempre a mí!

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A todos los que de alguna manera compartimos que el pueblo catalán pueda decidir su futuro en libertad y nos enzarzamos, a menudo, en discusiones sin gran trascendencia ni calado con los más agresivos opositores al proceso, de esas que a uno lo hacen sentirse útil y necesario aunque sea una ilusión, nos entristece de manera profunda descubrir que, en algunas cuestiones, no queda otra que dar la razón a quienes acusan a una parte pueblo catalán  de vivir inmersos en un cierto halo de paranoia e histeria colectiva: “Siempre a mí, siempre a mí” que diría Jordi Alba, por poner un ejemplo sencillo y que todo el mundo entienda.

Empató el Lugo en Girona y se desató la barbarie en las redes, esta vez no solo entre aficionados más o menos radicales de esos que avergüenzan a sus propios clubes, dicen,  al menos sobre el papel: Políticos, autoridades públicas varias, pesos pesados del periodismo catalán, varias monjas- siempre hay una monja en medio ahora, no me pregunten por qué- y tuiteros de cierta relevancia mostraron su malestar, e indignación, por el pucherazo perpetrado por el club gallego que de manera incomprensible, argumentan, no se dejó perder el partido.

A un servidor, que pertenece al Ejército Desarmado de Catalunya desde pequeño y se ha criado entre hordas de madridismo radical y alientos de muy alta graduación en la cara, le sorprende que incluso aficionados del Barça se sumasen al grito de “tongo, tongo”, cuando nuestra historia está plagada de situaciones similares desde Tenerife a Coruña pasando por el, siempre amable, Estadio Vicente Calderón. O sufrimos un grave déficit de memoria o queda muy poco decoro y vergüenza, ya, entre el culé. Por resumir lo leído y escuchado, el asunto quedó zanjado en que lo sucedido en Girona es una muestra más del odio generalizado al pueblo catalán y constata que hay que salir de España, cuanto antes, para frenar de una vez tamaña persecución a todos los niveles. Volviendo al principio, les decía que no puedo estar más de acuerdo con la mayoría de reivindicaciones del pueblo catalán,  por no decir todas, hasta el mismísimo punto y final de la declaración unilateral de independencia. Por eso me entristece ver a tantos y tantas refugiados, una vez más, bajo ese manto espeluznante de nombre victimismo que no les deja ver el sol, tan a menudo, y que solo alberga calamidades y negro futuro bajo su escaso abrigo.

“Que nos dejen ser lo que sentimos que somos”, me dijo un catalán bien ilustre y admirado en todo el mundo, hace pocos meses. A su lado, otro catalán pero de corazón más español que el león del escudo de la nación, de esos que han entregado más gloria a España  de la que puedan soñar todos estos mamarrachos que dicen protegerla del nazionalismo– así lo llaman los más paveros mientras sus mujeres les bordan sus camisas nuevas, en rojo- asentía con los brazos cruzados y el gesto serio. Ojalá llegue pronto ese día y quizás, ¿quién sabe?, en ese mismo momento se den cuenta una mayoría de estos paranoicos patológicos cuán injustos han sido con esa parte de España que sí los comprende, los anima y los apoya en sus reivindicaciones como pueblo. Incluir al pobre Lugo en la conspiración centralista por cumplir con su obligación deportiva, que es competir más allá de supuestas motivaciones ilegales- los juzgados abren sus puertas todos los días de lunes a viernes, por cierto-, es un desatino que  solo arma de munición reglamentaria a quiénes no quieren entenderlos y que, según canta el himno de mi tierra, son los ignorantes, los duros, los imbéciles y los oscuros. No nos obliguen a dudar a quiénes siempre estuvimos de su lado, si us plau; no nos lo merecemos.

Messi, Louzán y la pizarra de Caine.

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Del gol de Messi ya se nos habían mostrado los planos en una película aunque nadie se dio cuenta hasta que vimos la obra rematada, el portero rival abatido y al pequeño artista a la carrera, por la línea de fondo, como si le fuese a cerrar la tienda antes de poder comprar un marco a juego con las cortinas del salón de su casa: el Camp Nou.

El extremo que corra por la banda pero sin entrar en el área, no pretendáis llegar solos ante el portero. Pasad balones al centro, hay que jugar en equipo… Y centráis desde aquí y desde aquí”, dice Michael Caine en ‘Evasión o Victoria’, sobre una pizarra verde llena de flechas y supuestas líneas de pase. Entonces  el cabo Luis Fernández, Pelé,  salta de la litera y pide la tiza y la palabra: “Yo cojo el balón aquí y hago así, y así, y así, y gol; es fácil”.

Viendo a Messi ayer no parecía tan difícil, las cosas como son, a Pelé lo que es de Pelé, sobre todo si tenemos en cuenta que la gente se sigue preguntando de qué puto planeta viniste, joder, Lionel. Dicen que a Maradona lo llevaron un día a ver jugar a Michael Jordan y al terminar el partido, preguntado por la prensa sobre aquel dios que se disfrazaba de jugador de baloncesto cada noche, el Pelusa respondió que no había duda sobre los milagros del 23, “pero los hace con la mano, claro”, acotó como si ya intuyese a su propio sucesor.

Despachado el solomillo a la primera cita, nos quedó una fuente entera de guarnición por delante. Se pitó al himno, se pitó a Iniesta, Velasco Carballo pitó lo que le dio la gana, como siempre, y como broche dorado escuchamos también el pitido de un ascensor que condujo a Xavi e Iniesta hasta el palco de honor, entre bandejas de canapés y azafatas sonrientes, escena que me llevó a pensar que, en esta santa casa- por no decir otra cosa- se le niegan ya a Guardiola hasta escalones que contar camino de la gloria, si algún día se le ocurriese volver aunque fuese como jugador.

Aplaudiendo desde la cuarta fila la entrega del trofeo se pudo ver a Rafael Louzán, todavía Presidente de la Diputación de Pontevedra, y recientemente nombrado Presidente de la Federación Galega de Fútbol, calculando los pasos hasta la silla de Villar como Frank Underwood calculaba los que le separaban de la presidencia de la Casa Blanca, en el primer capítulo de ‘House of Cards’.

En casa de Messi, con Pelé presumiendo a distancia de que ese gol lo inventó él, Rexach haciendo lo propio unas filas más abajo y Luis Enrique alineándose con quiénes se sienten ofendidos por la calidad técnica de Neymar y luego se van a Estados Unidos, a disfrutar de la humilde y señorial NBA, apareció un político gallego para recordarnos aquella campaña publicitaria que ya nos advirtió, en su día, sobre la tiranía que perpetraba imponer Leo con aquella media melena calada: Soy Rafael Louzán, recuerda mi nombre.

«Durante el rodaje aprendí que las estrellas nos siempre son democráticas«.

Edson Arantes do Nascimento, Pelé.

 

Fotografía publicada en  explore.bfi.org.uk

Aquel 20 de Mayo de 1992

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Aquel 20 de Mayo de 1992, también miércoles, salí corriendo de pasantía como si acabara de fugarme de alguna penitenciaría de West Virginia y pudiese sentir, ya, el aliento de los perros siguiendo algún rastro y pisándome los talones. Esta sensación, entre la alegría extrema y la preocupación creciente, la reconocerán con facilidad quiénes acumulen un mínimo de sentimiento blaugrana o un cierto prestigio como prófugos de la justicia; es muy característica.

A la altura del lavadero comunal,  a medio camino entre la casa de Rosana, mi antigua profesora, y el bar, alcancé una velocidad que se me desconocía hasta aquel entonces – exagerando un poco podría decir que endiablada- e incluso estuve a punto de frenarme en seco, respirar un segundo y reflexionar sobre lo que me estaba pasando: ¡Pero si yo nunca corrí!, pensé. Llegué tan sofocado al bar que tiré la mochila encima del billar y golpeé el mármol de la barra como lo hacía el Ramallo cuando se despertaba hacia el mediodía, con sed, y bajaba desesperado al bar en pijama y zapatillas de casa, culpando a unos jureles excesivamente salados que había  cenado la noche anterior de la tremenda resaca, nunca al mucho alcohol ingerido para quitarse el sabor de la boca. 

El partido fue todo un sufrimiento, para qué nos vamos a engañar. Años más tarde, cuando por fin conocí los placeres de dormir acompañado y sin felpas de ningún tipo sobre la piel, casi se podría decir que con el culo al aire, algunas noches me despertaba empapado en sudor y zarandeando a una pobre muchacha sin culpa alguna a la que gritaba como un poseso: ¡Lombardo! ¡Hay que parar a Lombardo! Contado aquí puede parecer gracioso pero el trauma que me provocaron las galopadas de aquel pelado italiano, aquel miércoles lluvioso, me costaron no menos de tres o cuatro relaciones prometedoras, ya no diré estables.

El gol de Koeman lo cambió todo. El Otilio saltó por los aires, mesas y sillas incluidas, antes incluso de que el holandés soltase aquel zapatazo milagroso y redentor que Pagliuca no iba a poder más que piropear en la distancia, del todo inalcanzable para él. Lo anunció Javier, el de Fenosa, siempre con su pequeño transistor pegado a la oreja mediante un contenido y escueto “Gol”, sin gritar. Para cuando Cruyff apareció en pantalla casi tropezándose con una valla de publicidad, allí estaba todo el mundo mojado en champán y borracho perdido, ya, también los menores de edad. Lo siguiente que recuerdo es pedir permiso a mi madre a gritos, desde la carretera, para que me consintiera ir a celebrar el deseado título con papá y los amigos. Tras el pertinente tira y afloja entre una madre protectora y un hijo único de catorce años que pretende salir a beber,  la mía dijo aquellas palabras que, no sé por qué, han pasado a formar parte de la historia moderna del club en letras doradas: “Sal y disfruta”.

Prometí no contar nada de lo que viese o escuchase aquella noche y pienso respetar la palabra dada a mis mayores. Sí puedo confirmar que me dejaron en el colegio a tiempo y sin pasar por casa, lo cual nos pareció a todos una buena idea, metidos en faena y agobiados por la hora y el follón que se iba a organizar al regreso. Ya en el aula, y envalentonado por semejante sobredosis de experiencias adultas, lo primero que hice fue dibujar un lustroso escudo del Barça en la pizarra junto al lema “Aquest any sí”, iniciativa muy celebrada por los otros dos culés de la clase y el profesor de inglés, el Emilio, que nos tocaba a primera hora.

Al de ciencias, que llegó silbando y se topó con el mural de frente, no le hizo tanta gracia así que tras pedir la cabeza del culpable y señalarme más de treinta dedos acusadores -Marín no es New Hampshire- me obligó a copiar la biografía de Amancio Amaro Varela cien veces, para el día siguiente, de ahí que no sepa yo el día de mi aniversario de bodas pero sí la fecha de nacimiento, bautizo, primera comunión y debut con el Real Madrid del ilustre coruñés. Con el de literatura se desató la tragedia pues, de repente, se paró en medio del pasillo y empezó a olfatear el ambiente, como si buscase trufas o algo parecido. ¡Aquí huele a tabaco!, dijo todo indignado, y yo me levanté sin mediar más palabra antes de ver a mis compañeros traicionar mi confianza por enésima vez.

A las once ya se había presentado mi madre en la secretaría del colegio, reclamada de urgencia por el claustro de profesores. Salí por una oreja, rumbo al coche, sintiendo las miradas de todo el centro en mi cogote y avergonzado por cada capón que me comía sin decir ni mu, seguro que delante de Ruth y su pandilla de amigas; con lo que a mí me gustaba aquella niña. Mi padre, que se lavó la manos en todo cuanto pudo, como es lógico, me animó a cumplir la condena impuesta por mamá como un hombre y a no dar detalles ni nombres. Al fin y al cabo, éramos campeones de Europa, había probado el alcohol y descubierto que las mujeres podían oler igual de bien que las niñas, solo había que saber dónde buscarlas. Se levantó, encendió un pitillo con una cerilla y me dijo desde la puerta: “¿Qué más quieres que te dé, fillo? ¡Si te lo he dado todo!”.