romerito6

De unos años para acá, mi madre tiende a culpar de cualquier pequeña variación en su entorno habitual al cambio climático. Si se le secan los geranios, culpa al calentamiento global de tamaña hecatombe. Si los tomates no saben a nada, aunque los haya comprado de los más baratos, es por culpa de la desestacionalización y los nuevos tiempos de maduración que no hay hueso sensibilizado que los entienda. Si mi padre ronca más de lo habitual, pues roncar siempre ha roncado el pobre hombre, sobre todo cuando se fumaba tres cajetillas y media de Winston diarias, es por causa del agujero en la capa de ozono, tanto desodorante y tanto congelador. Si a mi madre le gustase el fútbol, que no le gusta en absoluto y por eso se hizo hincha del Real Madrid, andaría estos días indignada con esta suerte moderna de torneos de verano que se han sacado de la manga cuatro oligarcas sin sentimientos, como diría Errejón, y que enfrenta a los mejores equipos de la vieja Europa más algunos combinados locales en los lugares más remotos del planeta: lo mismo en China, que en los Estados Unidos de América, Japón, Emiratos Árabes o Australia.

De acuerdo que la mayoría de los torneos veraniegos a la antigua usanza eran un tanto planos, incluso desequilibrados en su composición, pero tenían su encanto. El cortejo al espectador comenzaba con el anuncio de los equipos participantes, que por lo general llegaban de Sudamérica y de este modo tan calculadamente aleatorio, uno podía comprobar con sus propios ojos que, efectivamente, existía el Botafogo. También el Colo Colo, el Olimpia de Asunción o el Millonarios de Bogotá, que era mi favorito. Se reencontraba uno con los jugadores de bigotes trabajados, casi trujillistas; las medias dobladas por los tobillos, los pantaloncitos cortos y la patada justa como virtud y ley de vida. Muchos de aquellos futbolistas no soportarían un scouting serio y prolongado, como exige el fútbol profesionalizado de hoy pero, a un partido, a lo sumo dos, cualquiera estaba dispuesto a creerse una milonga y así se perpetraban los mayores fracasos de la historia en el mercado de fichajes. No era barato, lo reconozco, pero era legal, divertido y si me apuran, aconsejable.

Yo terminaría de una vez con este circo mediático que no puede llevar a nada bueno en un futuro no muy lejano. Repondría aquellas pretemporadas en Holanda, Austria o la hermosa Cabeza de Manzaneda, a donde los niños de Ourense peregrinaban vestidos con colores chillones y dispuestos a enamorarse de los ídolos futbolísticos de su padre o algún vecino de referencia. ¿Qué puede haber más revelador para un niño que ver escupir en directo a un defensa barbudo o sacarse una foto con un centrocampista alemán venido a menos? Los niños de hoy ven jugar a Douglas noventa minutos contra un equipo de Hollywood y se atreven a sacar conclusiones positivas, envalentonados por quedarse a ver la tele hasta las cuatro de la madrugada. Sus abuelos ya no los llevan a los bares para que presuman de haber descubierto a un delantero chileno, justamente lo que necesitaba su equipo para ganar la próxima Liga de Campeones, y las madres se llenan de razón respecto al daño que se le está causando al planeta con tanta globalización y tanto partido muerto. Menos mal que ya llega el invierno, por fin, sepultado también el otoño por los partidos de selecciones nacionales: el otro drama intolerable del fútbol moderno.

 

Foto de Romerito publicada por albirroja.com

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